EL AUTOR, LA INFLUENCIA Y EL YO
La Influencia se asomó a la ventana con esa
autoridad y prestigio invulnerables. Se acercó solamente para deleitarse de la
belleza incomparable, que a esa hora de la mañana le ofrecía el mar, límpido y
variable. Solamente le molestaba el graznido patético de las gaviotas glotonas,
de plumaje blanco y sucio. Pero ese detalle no fue motivo para impedirle fijar
la vista lo más lejos posible, allá, en el exacto punto
donde coincidían el azul marino y celeste del horizonte.
El autor, sentado en cómoda poltrona miraba a
la Influencia. Recuerda que la conoció a través de las tantas lecturas en su
formación, cuando era jóven y la juventud sin experiencia cae en las redes
influyentes donde quedan atados, muchos, para el resto de sus días,
agonizando en aguas ya conocidas, pataleando en lodos de otros, perdiendo su
verdadera identidad, su amor propio o lo que ahora llaman modernamente, autoestima.
Y así estaban ambos, Autor e Influencia, cada
cual en su estuche de falsa perfección, la una mirando horizontes marinos
matizados por graznidos de gaviotas sucias y el otro, sentado como
un convaleciente de extraña enfermedad, deglutiendo sus memorias,
dolido al no poder determinar por sí una metáfora, un giro idiomático, la
valoración de su sintaxis, si no es de manos de la Influencia que ahora tenía
delante de sí. Ella libre, él sujeto a sus cadenas invisibles, a veces
necesarias, otras no tantas pero siempre un lastre para el vuelo y el renuevo
personal.
El Yo del autor saltó de repente al centro de
la sala y sacando una pistola siniestramente inmaculada comenzó a descargar
contra la Influencia certeros disparos llenos de razones, haciendo blanco en el
centro del pragmatismo del que siempre hace gala toda toda Influencia que se
respete.
El Autor, quieto en su sillón, sintió un calor
desconocido reptando en el interior de su pecho. Tuvo la certeza de que había
acabado de solucionar de una vez por todas su personalidad y estilo de vida. Se
puso de pie, fue hacia la ventana, pasó por encima
del cadáver de la Influencia y con su Yo de la mano, se lanzó por la
ventana para volar hacia el el incierto pero hermoso horizonte celeste y
marino, jamás soñado.
Por Ernesto R. del Valle
Ernesto R. del Valle
Editor Revista GUATINí
...y tal parece que ondea
en su cuerpo, mi bandera
cuando el sol de primavera
en su plumaje chispea.
PARA ACERCARTE AL ARTE Y LA LITERATURA
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