Nunca había dejado
el pensamiento
Nunca había muerto para siempre
Sobrevivía a pesar de no saber contar
De no regresar jamás del desierto.
Regresó sin huella, sin rastro, ni sombra
Ni orilla de otros mundos.
Sin corazón en la mano, sin voz venteada al viento.
Sin la silueta de luces que mece la paz
De los niños en noches de ensueño.
Retornaste callada, volando al susurro de tu propio aliento.
Buscabas mi alma por entre las hendidas perdidas,
Por resquicios de puertas cerradas,
Por claraboyas abiertas al vacío del tiempo.
No encontrabas las llaves para abrir el destino
Para encontrarme en lecho
Por donde se fugan amores
Que hacen del candor y ternura
El último viaje del verbo.
Jorge González.
Nunca había muerto para siempre
Sobrevivía a pesar de no saber contar
De no regresar jamás del desierto.
Regresó sin huella, sin rastro, ni sombra
Ni orilla de otros mundos.
Sin corazón en la mano, sin voz venteada al viento.
Sin la silueta de luces que mece la paz
De los niños en noches de ensueño.
Retornaste callada, volando al susurro de tu propio aliento.
Buscabas mi alma por entre las hendidas perdidas,
Por resquicios de puertas cerradas,
Por claraboyas abiertas al vacío del tiempo.
No encontrabas las llaves para abrir el destino
Para encontrarme en lecho
Por donde se fugan amores
Que hacen del candor y ternura
El último viaje del verbo.
Jorge González.
01-09-13.