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miércoles, 2 de julio de 2014

“EL PEQUEÑO ESPACIO” por Prisca S. Arcia - Mencion de Honor concurso de Cuentos Club Atenea - Miami


                                 “EL PEQUEÑO ESPACIO”              “Mención de Honor”:  Mini relato:  Prisca S. Arcia                                                                 
                                                                                                           .                                                                                                                                                                   La mirada fija en el pasador de los metales que ataban las manos, colocadas en forma de cruz sobre el pecho, le hizo percibir un ser muy afligido. Sorprendida, cerró los ojos por un instante, y cuando volvió a mirar hacia la ventana, la esbelta silueta aún estaba allí, con la cabeza ladeada hacia adelante y su ligero andar convertido en esencia volátil, incapaz de impedir las tinieblas que agitaban su nítido ropaje sostenido en el aire. La piel, otrora sonrosada, semejaba el nácar de la perlas, emanando ternura para hacer más fácil la ocasión de palparla. Desde el otro ángulo del recinto, ella evitaba hacer un movimiento en falso para no amedrentar la impalpable figura. Era preciso descifrar el enigma, porque el sol estaba a punto de asomar sus rayos a través de la única ranura visible en aquél lugar. Tal vez, disiparía el hechizo de un sueño maravilloso, pero el deseo de besarlo era más fuerte que todo lo que pudiera perpetuarse. Despreciar el divino relámpago que haría estallar las nubes al contacto de un beso, era imposible. Un beso, solo un beso, y el encanto del ósculo rompería el silencio en el pequeño espacio. ¿Volvería la magia del amor?, ¿la efigie se convertiría humo? No lo sabía. Estaba frente a él, tan solo a unos segundos de su boca inconforme y sus manos maniatadas. -¿Por qué las amarras?, ¿qué verdad pretendían revelar aquellas ataduras? ¿Sería un ardid para confundir sus sentimientos? Las respuestas quedaron en el aire. Tragó saliva, dejando circular el deseo por la garganta como agua en cascada. ¡Cuánto había anhelado este minuto, desde que su amado partió sin despedirse!  Se lo debía. Ahora estaban solos, en aquél lugar secreto.  Ella, a solo dos pasos de su respiración, sin atreverse a mover un solo dedo para no vulnerar el espejismo, temiendo  deshacer la magia con un leve impulso hacia adelante. El, con la mirada limpia como la brisa de la aurora, sintiendo que su patrio ardor juvenil le había jugado una mala pasada, al no querer aceptar su injusto destino. Fue hallado culpable, sin retorno para una segunda oportunidad. Con las primeras horas del crepúsculo se hizo más notable la desolada habitación; Un petate maltrecho, sin lienzos, paredes mohosas, y un áspero agujero con barras corroídas en el techo, componían el entorno del sombrío aislamiento. La silueta impalpable pareció desesperar detrás de los barrotes, aferrado a los hierros trataba de arrancarlos. Luego comenzó a elevarse moviendo las manos con rapidez, donde las ataduras luchaban por deshacer las cuerdas de un tirón.  Se debatía entre el dolor y la aflicción, porque faltó a su promesa de adorarla para toda la vida. Lo sabía. Sus ojos se encontraron. Ella sintió latir su corazón aceleradamente,  él trataba de vencer sus instintivos carnales para no asustarla. Un profundo suspiro compartido rompió el silencio en el angosto  sitio. Este era el momento oportuno para lanzarse sobre lo desconocido. Dos pasos más hacia el resplandor, un abrazo aturdido, un beso apasionado y todo volvería a la normalidad, dejarían de mirarse con febril avidez, anhelando la dicha eterna. Ambos lo exigían. Era preciso vencer la inesperada exaltación del conjuro, desligar manos y cuerpos, volar más allá de las rejas y del tiempo. Un beso, solo un beso, y lograría descifrar el enigma, el apetito del grillete queriendo desatar su entidad. No hubo más titubeo. Dominada por la exaltación de sus emociones, corrió a su encuentro y rodeó la escuálida figura con sus delicados brazos. Ambos se fundieron en un beso prolongado. El gran amor de ayer, había renacido en el pequeño espacio. El etéreo cuerpo iluminado por las luces del alba, destrozó las amarras de un tirón, y la afligida sombra convertida en efebo enamorado, se perdió entre las nubes del amanecer, ahora descansaría en paz.  Al despertar, ella sonrió complacida. La cuenta estaba saldada.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         SAY.      

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