EL AUSENTE
Elena tenía ya
varios días oteando por la ventana en la espera de poderlo ver, pero nada. No aparecía.
Esta ausencia inusual la tenía preocupada. No se explicaba por qué había desaparecido,
ella creía que lo trataba bien. Siempre
estuvo pendiente de sus cosas. Se
dirigió con tristeza a la puerta que comunicaba con el patio, la abrió y caminó
hacia la fuente. Su mirada tropezó con
unas plumitas oscuras que se confundían con la tierra sobre la que reposaban. Las recogió con manos temblorosas. En ese momento vio a quien de inmediato
reconoció como culpable de la desaparición del ruiseñor que le cantaba todas
las mañanas. Con furia se dirigió hacia
el monstruo, pero este escapó al saltar la valla maullando.
EL SUSTO
El ruido de
las ruedas del coche se une al de los cascos de los caballos sobre las piedras
del camino y me va arrullando. El sopor
se va apoderando de mi cuerpo cansado por el zangoloteo de la cabina. Ya van dos días de camino y aún falta otro
para llegar a mi destino. No estoy solo
en el coche y por ello no puedo acomodarme como quisiera, pero la fatiga me
llena y no puedo evitar dormirme. Un
movimiento brusco, o al menos, eso creo, me despierta. Todavía con sueño me miro entre las piernas,
corro a mirarme al espejo del baño. ¡Uf, que susto! Por un momento dudé que fuera una mujer.
Thelma Galván
15 de
julio del 2015